Los primeros europeos en llegar a Japón fueron los portugueses, quienes al poco tiempo de descubrir Japón establecieron los acuerdos de Nanban. La intervención de los portugueses coincide con las mismas fechas en las que Tokugawa Ieyasu estaba unificando Japón, en 1603.
Junto con el comercio, los portugueses llevaron consigo la religión, y al cabo de un siglo ya había 500 mil conversos al catolicismo, siendo el lugar con mayor éxito en conversión de fieles en Asia. Este periodo de casi un siglo fue conocido como el Comercio de Nanban, en el que hubo un gran intercambio comercial con Occidente y otros vecinos de Japón.
Hay quienes explican el éxito debido a que los japoneses se sentían atraídos al mensaje cristiano de la salvación, mientras que otros buscaban ventaja económica o política. Por ejemplo, el Daimyo Omamura se convirtió en busca de atraer mayor comercio al puerto de Nagasaki, y Nobunaga, quien unificó a la mitad de Japón, apoyó a los misioneros cristianos para minar la influencia política de los monasterios budistas. La tolerancia religiosa de Nobunaga fue lo que permitió que el catolicismo proliferara alrededor de Kyoto, la ciudad imperial para entonces.
Después de que el país entrara en un periodo de paz bajo el mando de Tokugawa en 1603, Japón se volvió cada vez más hermético a los “bárbaros del sur”, ya que veían al cristianismo como una amenaza. Para 1650, se decidió que los extranjeros estaban condenados a la pena de muerte con la excepción de los puertos de Dejima en Nagasaki para los holandeses, y para los chinos. Los conversos cristianos fueron perseguidos, y no se les permitió salir al extranjero. El periodo de exclusión, paz, prosperidad y mediano progreso fue conocido como el Periodo Edo.
Aunque las dinámicas de la política japonesa favorecían la predicación religiosa, con la sucesión de poder a Hideyoshi se lanzó un ataque anti-extranjero y anti-cristiano que culminó con los edictos de exclusión de Tokugawa. Hideyoshi desconfiaba de los motivos de los europeos después de que los españoles habían conquistado Filipinas y cuestionaban la lealtad de algunos daimyos conversos. En 1597 Hideyoshi ordenó la ejecución por crucificción de nueve misioneros católicos y diecisiete conversos japoneses. En la búsqueda de estabilidad y orden, Tokugawa también temía el potencial subversivo del cristianismo y pronto llevó a Japón a un aislamiento, poniendo fin a un siglo de contactos comerciales prometedores con China, el Sudeste Asiático y Europa.
La política de aislacionismo japonesa se implementó por completo por Tokugawa Iemitsu, el nieto de Tokugawa Ieyasu y shogun entre 1623 y 1641. Él emitió una serie de edictos que cerraban a Japón a todos los extranjeros y prevenía a los japoneses que dejaran la isla. Sin embargo, varios misioneros permanecieron y continuaron practicando el cristianismo, hasta la reapertura de Japón, mucho tiempo después.
Influencia de los portugueses en el Japón moderno
A pesar de que las relaciones portuguesas y japonesas duraron un siglo, el intercambio entre ambas culturas dejó un legado importantísimo. Primero que nada, las relaciones entre Japón y Portugal son las más antiguas de Japón con cualquier país occidental, con más de 450 años de existir. En segundo lugar, muchas palabras del portugués fueron adaptadas al japonés, como pan (パン), alcohol (アルコール), frasco (フラスコ), candela (カンデラ), cristiano (キリシタン), tabaco (タバコ) y tempura (天ぷら).
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