El 11 de Marzo del 2011, en la prefectura de Fukushima ocurrió lo que nunca se había esperado. Un terremoto de magnitud 9.0 en la escala Richter ocurrió en la zona, con un consecuente tsunami que golpeó a la planta nuclear de Fukushima Daiichi, llevando a uno de los peores desastres nucleares de la historia y a más de 100 mil habitantes desplazados del lugar.
Tres años después del incidente, se llevó a cabo una ceremonia con dignatarios y residentes locales. Se colocaron flores en el memorial y se leyó un poema acompañado por música mientras los espectadores agachaban la cabeza en silencio. Para los habitantes de la prefectura de Fukushima, la vida no es la misma después del desastre.
Aún hoy en día, Fukushima no ha logrado recuperarse. Ni siquiera se sabe a ciencia cierta la magnitud del desastre. De acuerdo a números oficiales, fallecieron de 16 mil a 20 mil personas. El número varía ya que no se sabe con exactitud si las actas de defunción presentadas se deben a la identificación de un cuerpo o porque se ha considerado fallecido después del desaparecimiento de la persona. Más que la radiación, la mayor preocupación del gobierno actualmente es el número de suicidios o fallecimientos por enfermedades relacionadas con la ansiedad y la depresión de las víctimas del terremoto. El plan de Shinzo Abe para que 300 mil residentes pudieran regresar a sus hogares en tres años fue rechazado por la cámara y considerado irresponsable.
Además del desastre y las pérdidas humanas, todavía queda por resolver el tema energético. El fin de semana anterior al memorial del 11 de marzo, en varias regiones de Japón hubo protestas masivas en contra del uso de la energía nuclear. Mientras tanto, Shinzo Abe planea reabrir casi 50 plantas nucleares que se encuentran actualmente en proceso de inspección. Hasta la fecha se le atribuyen 1,656 muertes a la contaminación generada por la fuga de material radioactivo, aunque no se ha confirmado una correlación. Mientras tanto, algunos doctores afirman que la mayoría de los problemas de salud se atribuyen al estrés, y no a la contaminación.
